¿Debe mi empresa hacer un protocolo familiar?
Llama la atención que un elevadísimo porcentaje de empresas familiares no hagan caso de las recomendaciones que desde todos los ámbitos se promueven para si mismas.
Si en los años 90 del pasado siglo, el problema era la falta de formación sobre cómo gestionar los aspectos específicos de la empresa familiar (uno de los motivos de la creación del Instituto de la Empresa Familiar, hace ahora 25 años), actualmente, el problema es que, conociéndose las recetas, la gran mayoría de empresas familiares no las aplican. Un ejemplo es el tema del protocolo. En España, la gran mayoría de empresas familiares ni tiene ni considera necesario elaborar un protocolo familiar.
En este sentido surgen dos cuestiones: ¿Es realmente necesario y útil tener un protocolo? Y en caso de serlo, ¿por qué tantas empresas entienden que no lo es? La respuesta a la primera cuestión no es difícil. Un protocolo puede no ser necesario en sí mismo, pero no cabe duda de que es un instrumento de gran utilidad si se elabora adecuadamente. Sin embargo, contestar a la segunda cuestión es algo más difícil.
Lo importante de un protocolo no es el protocolo en si mismo, sino su proceso de elaboración. El protocolo es un acuerdo y un compromiso entre los miembros de la familia y todo acuerdo es siempre mejor que cualquier litigio. Lo de menos es el papel que sustenta el acuerdo, las clausulas en su versión literal. Lo relevante es el diálogo que debe haber tras dicho texto, las concesiones y renuncias en aras del consenso y sobre todo, la compresión de la complejidad de las relaciones entre la familia y la empresa que han de ponerse sobre la mesa, las reflexiones de todos y cada uno de los miembros de la familia sobre su propio papel y el de sus familiares de cara al futuro. En definitiva, un protocolo bien hecho es un instrumento que ha demostrado su utilidad y que, en consecuencia, es altamente recomendable para todas las empresas familiares.
Entonces, ¿a qué se debe que tantas empresas no lo consideren necesario? En mi opinión hay dos grandes razones de la baja incidencia de este instrumento en nuestras empresas familiares.
- Falta de visión estratégica y reflexión crítica por parte de los miembros de la familia. Muchos empresarios familiares rehúyen las conversaciones sobre los temas que no quieren hablar. Evitan el conflicto presente, ocultándolo en el día a día, aun sabiendo que llegará el momento en que aflore. Y sobre todo, buena parte de los empresarios familiares están orientados a la búsqueda de soluciones inmediatas y sencillas y la elaboración de un protocolo no lo es. Preparar un protocolo implica hablar de lo que se desea y de lo que no, con quien apetece y con quien no, escuchar lo que gusta y lo que no, y asumir que la empresa es algo más que la voluntad de una sola persona.
- Visión excesivamente jurídica de muchos de los protocolos familiares que se hacen en nuestro país. Como venimos defendiendo, en relación con el protocolo, lo importante es el proceso y no el resultado. Es sencillo tomar el protocolo de otra empresa y hacer las modificaciones oportunas para adaptarlo a la propia, tras un par de reuniones y varias conversaciones privadas con el fundador de la empresa o con quien paga la factura al abogado o consultor de turno. Pero esto no es un protocolo. Cuando se hace de este modo, ni es útil, ni tendrá vigencia en el tiempo.
Superar ambos aspectos permitiría a las empresas familiares acceder a instrumentos como el protocolo que faciliten la supervivencia del tipo de empresa que domina en nuestro país. Bastante difícil es ya hacer empresa en España para que los conflictos familiares contribuyan a incrementar el número de fracasos empresariales. Se conocen las recetas, pero hay que cocinarlas bien.