Las bodas de sangre de El Corte Inglés, el origen de la guerra familiar
La destitución del sobrino de Isidoro Álvarez no se explica por una buena o mala gestión, sino por un odio familiar latente cuyo origen es el matrimonio del fallecido presidente
Hace apenas un mes, Álvaro Lasaga, accionista de Optima, una ‘boutique’ dedicada a las fusiones y adquisiciones entre empresas, contrajo nupcias en una hermosa finca a las afueras de Madrid. Es un discreto banquero de negocios madrileño, pero a su enlace acudieron importantes millonarios españoles, con dinero aquí y al otro lado del Atlántico. Entre los invitados ilustres, estaba Olegario Vázquez Raña, el gallego de un pequeño pueblo de Ourense que se ha convertido en una de las grandes fortunas de México. Como corresponde a un íntimo amigo del magnate Carlos Slim, con el que juega al dominó, vino a la boda en su avión privado.
También estaba prevista la presencia en el evento de María Asunción Aramburuzabala Larregui, heredera del imperio cervecero Grupo Modelo —también mexicano— y una de las mujeres más influyentes de Latinoamérica. El motivo que explica la presencia de tanta fortuna es que el padre de Álvaro es Florencio Lasaga, el octogenario consejero de El Corte Inglés, hombre clave durante la etapa de Isidoro Álvarez y vital en el desenlace de la guerra de poder entre las hijas del fallecido presidente —Marta y Cristina Álvarez Guil— y su sobrino, Dimas Gimeno.
El joven banquero se vio acompañado un día tan importante por las herederas de Isidoro y otras personalidades de El Corte Inglés. Sin embargo, a la boda del hijo de Lasaga no acudió ninguna persona vinculada con la familia de Gimeno. Ni María Antonia ni César Álvarez, ambos hermanos de Isidoro, madre y tío de Dimas, respectivamente. Ninguno de los tres estaban invitados al enlace, prueba evidente de que las relaciones entre las dos sagas responsables de dar continuidad al legado del ‘alma mater’ del emblema nacional del comercio estaban rotas. Eran incluso inexistentes, pese a los intentos de última hora de alcanzar un acuerdo para evitar que la sangre llegase al río.
Porque la batalla por el control de un grupo industrial valorado en hasta 10.000 millones, por una empresa que da trabajo al menos a 100.000 personas, tiene un origen común. Incluso muy común. Muy alejado del boato que se les suponía a los herederos de un ‘holding’ como El Corte Inglés, donde el colectivo general podría deducir que se mantienen las formas habituales de alta clase social. Se explica por las bodas y los efectos colaterales. Porque el germen de esta guerra es la típica disputa familiar entre una suegra de armas tomar y la mujer de su hijo predilecto, una relación no autorizada, con hijas de por medio, provocadora de odios viscerales, que se mantuvo latente hasta que la muerte del vástago derivó en una venganza de tintes africanos.
El despido de Gimeno se explica por los odios familiares derivados del matrimonio no autorizado de Isidoro con la madre de las ahora herederas.
La raíz de esta batalla entre Marta y Cristina Álvarez Guil y Dimas Gimeno por la presidencia y, en consecuencia, por el poder en El Corte Inglés se remonta al noviazgo que Isidoro Álvarez, padre adoptivo de las primeras y tío del segundo, tuvo con María José Guil. Una mujer que regentaba un restaurante de la calle Marqués de Riscal tras el fallecimiento de su primer marido —Alfonso del Río, conocido popularmente como ‘Alfonso el Camorras’—, que frecuentaban las altas esferas madrileñas. Entre ellos, directivos del propio grupo comercial, otros hombres de las grandes finanzas nacionales, ministros como Manuel Fraga y personalidades del mundo de la farándula de la época.
Doña Eustaquia, la madre de Isidoro, María Antonia y César Álvarez, los tres hermanos nacidos entre las vacas y gallinas del pueblo asturiano de Borondes, nunca aceptó el romance de su hijo principal con María José, que se quedó viuda con dos niñas pequeñas. Isidoro, a punto de convertirse en el sucesor de Ramón Areces en la presidencia de El Corte Inglés, mantuvo la relación durante años y amagó con casarse en hasta tres ocasiones pese a la oposición familiar. Finalmente, ya con 60 años de edad, con decadas conviviendo al margen del plácet materno, el que fue el timón de la compañía durante 25 años (1989-2014) unió su vida a la de María José en 1992 en la capilla de un convento de Madrid, con apenas cinco testigos, en una ceremonia de la que no tuvo noticia su familia directa hasta días más tarde.
Lejos de suponer un punto de cohesión, el casamiento entre ambos profundizó los recelos de doña Eustaquía con su ya nuera, que nunca pudo entrar en la casa del clan Areces. Ni ella ni sus hijas, según detallan personas conocedoras de la vida de los protagonistas. Ni la madre de Isidoro ni sus hermanos las reconocieron, pese a que el presidente de El Corte Inglés se ocupó de todos. Se encargó de su hermana María Antonia, que tuvo también un matrimonio convulso, y de sus tres hijos, Miguel Ángel, Diana y Dimas, a los que pagó sus estudios universitarios. Y, por supuesto, de María José, de Cristina y de Marta, a las que reconoció como hijas legítimas en 2004. El apadrinamiento fue posible gracias a una cláusula especial, dado que ambas, lejos de ser menores de edad, como exige la norma, ya estaban casadas y tenían sus propios retoños.
Marta y Cristina del Rey cambiaron sus documentos nacionales de identidad (DNI) por los de Marta y Cristina Álvarez Guil, modificaciones que también tuvieron que hacer sus hijos, los que había tenido Marta con Juan Claudio Abelló Gamazo, el único descendiente de Juan Abelló y Ana Gamazo Hohnelohe-Langenburg, tras su boda en la finca familiar de Las Jarillas a la que acudió hasta el actual Rey de España en calidad de testigo, y los de Cristina con Iñaki Álvarez Valdez, abogado en un bufete. Un asunto ‘a priori’ formal que ahora se ha convertido en vital en la pelea por la herencia.
La guerra, lejos de acabarse, entra ahora en el fango de los juzgados y amenaza con dinamitar la liviana estabilidad de un grupo con carácter sistémico.
Aquel paso ahondó aún más las distancias entre las familias. Los 10 años posteriores, hasta el fallecimiento de Isidoro en septiembre de 2014 al no poder superar una leucemia, fueron de convivencia pacífica, a la espera de que el indiscutible líder de la familia designara su sucesor y detallara sus testamentos. El octogenario empresario se decantó por su sobrino, Dimas Gimeno, como antes lo había hecho su tío Ramón Areces con él. Nunca quiso dar puestos de relevancia a las hijas, que finalmente impusieron su postura y consiguieron entrar a los departamentos de compras y de viajes. En esta segunda división conoció Marta a Jesús Nuño de la Rosa (hasta ahora consejero delegado), con el que mantuvo un noviazgo que María José, como su suegra había hecho con ella, tampoco acogió con alegría y que trató de distanciar enviando a su hija a trabajar a Londres. En 2000 se casó con Juan Claudio Abelló.
Pero con Isidoro fallecido hace casi cuatro años, Marta y Cristina han querido ejercer su derecho como legítimas herederas. Decidieron imponer su mayoría en compensación por el trato personal que sus tíos les infligieron durante años. Un factor poco financiero, nada racional, alejado de cualquier recomendación de buen gobierno corporativo, pero tan respetable como otro cualquiera si el resto de consejeros las apoyaban, como así ha sido.
Por eso han forzado la destitución de su primo, un joven en fase de formación, al que la chaqueta del mejor traje de Emidio Tucci le venía grande. Quizá la mejor solución hubiera sido emplear el método de Amancio Ortega, que no ha dejado que ninguno de sus tres hijos metiese mano en la gestión del verdadero gran imperio textil e inmobiliario de España. Su sucesor fue Pablo Isla, totalmente ajeno a la familia. Separar la propiedad de la gestión, como se aconseja en cualquier empresa con un carácter sistémico, con 4.000 millones de deuda y con la amenaza de un cambio de hábitos del consumo impuesto por la cuarta revolución industrial, parece una obligación. De la Rosa, el nuevo presidente, tiene ahora un gran reto por delante para el que necesitaría mucha paz interna. Algo poco probable debido a que el asunto se va a dirimir ahora en los tribunales.
Fuente: ElConfidencial