Comercio tradicional familiar en peligro de extinción
12
May

Comercio tradicional familiar en peligro de extinción

Esta semana conocimos que la tienda de cosmética coreana “Planet Skin” abrirá en la antigua Joyería Ruiz de Sevilla de la calle Sierpes, centro neurálgico del comercio del centro de la ciudad. Antes de Semana Santa se anunciaba el cierre el Bazar Victoria a las puertas de su centenario. La piel de Sevilla sigue mudando y cada vez parece más la zona comercial de un aeropuerto.

El cierre de comercios tradicionales primero y la sustitución posterior por cadenas globales es un proceso que avanza paso a paso en todas las ciudades del mundo, y cuanto más abierta sea la ciudad, más se acelera este proceso. En estos últimos meses nos han dejado el Bazar Victoria o el Horno de San Buenaventura, por mencionar dos casos muy significativos. ¿Es esto positivo o negativo? ¿es inevitable? Existen diversos aspectos a tener en cuenta, dado que las empresas tienen una doble dimensión: la individual y la social.

En primer lugar, debemos asumir que en las economías de mercado, existe libertad de empresa. Las empresas las crean emprendedores y los empresarios por voluntad propia. En consecuencia, su cierre y liquidación también descansa en su propia voluntad. En otras palabras, nunca puede negarse a un empresario el derecho a vender su negocio, aunque sólo sea por el valor del local en el que se ubica, por no querer que nadie externo mantenga su marca-apellido, o porque no desea perder poco a poco su escaso patrimonio.

En segundo lugar, las empresas (y más las que guardan ciertos valores) tienen también un valor social; son un bien social. Son muchos los tipos de valor que generan para la sociedad: crean empleo, pagan impuestos y generan imagen. Este último aspecto es especialmente importante cuando hablamos del comercio tradicional en una ciudad, que además vive por y para el turismo.

Comercio tradicional familiar en peligro de extinción

Bazar Victoria cerró tras casi 100 años de negocio

Llevándolo al extremo, existe el riesgo del efecto sobre una ciudad del círculo vicioso de la globalización, según el cual, el incremento del turismo incrementa el valor de la localización de los establecimiento, lo que atrae a las grandes cadenas internacionales que pagan alquileres desorbitados por los locales y acaban por expulsar al comercio tradicional. Esto provoca una “uniformización” de la piel de sus calles, que ofrecerán lo mismo que cualquier otro lugar del mundo y que, por tanto, acabará por reducir su interés turístico, basándolo exclusivamente en la dimensión monumental (que está protegida).

Todos asistimos a este proceso, pero la cuestión es si se puede hacer algo por evitarlo, si es que queremos evitarlo. Un principio básico de la competitividad (de una empresa, una ciudad o un territorio) es su diferenciación. Bajo esta premisa, sería conveniente mantener un comercio diferente al que pueda encontrarse en cualquier otra ciudad del mundo (o un aeropuerto). Pero esto obliga a las dos partes del binomio comentado anteriormente: a los comerciantes y a las administraciones.

Por un lado, los empresarios del comercio tradicional tiene que ser capaces de reinventarse para seguir siendo los de siempre. Cambiar para ser iguales. Muchos de ellos no tienen quien continúe su negocio, muchos están y se sienten solos, necesitan capacitación para innovar y desarrollar nuevas formas de hacer viable su negocio a largo plazo. Deben seguir siendo diferentes a las grandes cadenas, pero no pueden ser exactamente iguales que siempre. De nada sirve, por ejemplo, que un comercio tradicional venda productos fabricados en China. Y deben ser capaces de comunicar el valor de lo que ofrece tanto a los clientes locales como foráneos.

Por otro lado, las administraciones deben hacer un esfuerzo por mantener el comercio tradicional. Por poner un ejemplo gráfico, se trata de instituciones “en peligro de extinción”. No vale con dejarlas desaparecer una tras otras en virtud del libre mercado. Por la misma razón, deberíamos dejar desaparecer al lince ibérico por su debilidad como especie ante otras más fuertes (el hombre). Pero esta protección no debe basarse en subvenciones, sino en ayudarlas a crear valor, protegiendo el comercio, no tanto a sus propietarios, facilitando su transmisión interna, si puede ser, y si no, externa y difundiendo a los que nos visitan donde están estos comercios si buscan productos locales (mapa y rutas de comercios autóctonos, difusión de su historia, etc.).

No se trata de estar a favor o en contra de la globalización. El reto es entender que la globalización debe hacer importante las diferencias, las especificidades de cada lugar, ya que facilita su conocimiento gracias a las mejoras en las comunicaciones, y no tiene por qué implicar necesariamente que todos los lugares sean exactamente iguales.

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